Eduardo J. Castro Rodríguez
(Villagarcía de Arosa-Galicia-España: 1956)
Farmacéutico de profesión y biólogo de corazón, se dedica profesionalmente a la fotografía desde el año 2006. Su actividad fotográfica se cimenta, especialmente, en cuatro pilares:
La unión de arte, graffitis, deporte y solidaridad son la columna vertebral de la exposición que aquí se presenta.
"Mi agradecimiento al CEPREV y a sus colaboradores y a todos los chavalos de Managua que desplegaron ante mi cámara todo el arte de patear con saña o dulzura, según las circunstancias de juego, el balón en pos del gol de la victoria.
Quiero dedicar esta exposición a mis compañeros de viaje, Pilar, Michael y Javier y muy especialmente a David, mi compañero de aventuras por las selvas de Papúa Nueva Guinea e islas de Melanesia, en recuerdo de aquellos partidos de fútbol en el atolón Budi Budi en los que niños descalzos perseguían entre algarada y empujones un balón hecho de trapos e hilos sin más regla de juego que ser el primero en meterlo entre dos cocos tirados por el suelo a modo de portería para felicidad de muchos y gran desesperación de otros tantos."
Eduardo J. Castro Rodríguez
- Proyectos personales; que habitualmente tienen que ver con el mundo del arte en el que suele mezclar sus experiencias vitales con obras de pintores o escritores clásicos. De sus proyectos más emblemáticos, “Mis Compañeros de Viaje”, compuesta por fotos que de una manera u otra tienen que ver con sus lecturas de juventud y “Grafitis de mundo ¡Uníos!” en las que da rienda suelta a su particular concepción del arte moderno y sus miserias.
- Fotografía de naturaleza; que tiene su origen principal en los viajes que realiza anualmente con el botánico gallego especialista en fitosociología Javier Amigo Vázquez por tierras chilenas.
- Fotografía deportiva; en la que se inició siguiendo a Cristofer Clemente en sus entrenamientos en la isla de La Gomera, y en la Costa Rica Ultra Trail-La Transtica y la UTMB de Chamonix, Francia.
- Fotografía solidaria; su vertiente más querida, en la que colabora con ONG´s de todo el mundo en la realización de sus distintos programas solidarios.
La unión de arte, graffitis, deporte y solidaridad son la columna vertebral de la exposición que aquí se presenta.
"Mi agradecimiento al CEPREV y a sus colaboradores y a todos los chavalos de Managua que desplegaron ante mi cámara todo el arte de patear con saña o dulzura, según las circunstancias de juego, el balón en pos del gol de la victoria.
Quiero dedicar esta exposición a mis compañeros de viaje, Pilar, Michael y Javier y muy especialmente a David, mi compañero de aventuras por las selvas de Papúa Nueva Guinea e islas de Melanesia, en recuerdo de aquellos partidos de fútbol en el atolón Budi Budi en los que niños descalzos perseguían entre algarada y empujones un balón hecho de trapos e hilos sin más regla de juego que ser el primero en meterlo entre dos cocos tirados por el suelo a modo de portería para felicidad de muchos y gran desesperación de otros tantos."
Eduardo J. Castro Rodríguez
Managua, luces y sombras tras el balón.
El fútbol sin balas
Los partidos de fútbol se organizan en un instante en los barrios de Managua, bastan la pelota, las ganas y el grupo de muchachos que decida irse a jugar al predio más cercano, sobre el barro o el cemento, y olvidarse por un rato de las drogas, los pleitos de pandillas y las armas.
Es el fútbol y los jóvenes que retrata en sus excelentes fotografías Eduardo Castro, partidos improvisados que formaron parte de la campaña “Soy Hombre y no quiero Armas”, realizada por el CEPREV (Centro de Prevención de la Violencia) a partir de junio del 2014 en Managua. En el fútbol de estos chavalos hay energía, entusiasmo y candor. Años luz de la uniformada y millonaria contienda que ven en sus televisores, ellos simplemente juegan sin cálculos, temores o presunciones, alejados por unas horas de las preocupaciones más elementales de la vida familiar, del recuerdo del padre que nunca estuvo, la comida que no alcanza para los “tres tiempos”, el récord policial “manchado”, la falta de medicina para los hongos o la madre que les reclama a diario su vagancia. Muchos tienen en el cuerpo las cicatrices de los balazos, machetazos o pedradas recibidos en enfrentamientos contra las pandillas de las comunidades cercanas. El fútbol parece un intervalo de risas y carreras, entre los sustos de esas noches en que unos arremeten contra otros, y de la lluvia de balas que despierta al vecindario. Una pequeña muchedumbre de niños y jóvenes, gritan o aplauden en las esquinas de las canchas. Algunos jóvenes los miran nostálgicos desde sus sillas de ruedas, pensando quizás en lo distinto que todo sería de no haber sido alcanzados por esa bala. Y otros muchos juegan para quitarse la rabia de encima. Corren, patean, se caen y levantan polvosos, se alejan por un momento del odio y la desesperación, de las ganas de vengarse de aquellos que les mataron hace algunos meses al hermano o camarada. Medio desconcertados por el lema de la campaña que auspicia su juego “Soy hombre y no quiero armas” se empeñan en ganarle al otro equipo y llevarse el balón de premio, e irse luego donde el vecino a ver el siguiente partido del mundial, a gritar goooooool! para luego dormirse soñando con Messi o Ronaldo, olvidados del riñón que medio les funciona a consecuencia del balazo. |
Este es el mismo fútbol de los barrios de Brasil, Guatemala o Sudáfrica, el de las pandillas de adolescentes cuyas muertes alimenta cada año la creciente oferta de las grandes corporaciones, y cuya fugaz alegría recoge Eduardo Castro en las calles de Managua.
Managua , 12 julio 2014 Mónica Zalaquett Directora del CEPREV |